«Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades»: la odisea onírica de Alejandro González Iñárritu
Alejandro González Iñárritu retrata el viaje de Silverio Gacho en Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, impartiendo una cátedra de cine, periodismo y nacionalismo para los buenos mexicanos representados por Juan Escutia aventándose desde la parte más alta del Castillo de Chapultepec envuelto en la bandera nacional.

Elegir entre una falsa crónica y un falso documental es la cumbre de la película, por un lado, tenemos la vida real de Iñárritu representada en mejor o peor medida por Daniel Giménez Cacho y, por otro lado, queda expuesta la vida cinematográfica del director al compartir todo el ambiente al que ha pertenecido desde su aclamada aparición en el cine nacional e internacional con Amores Perros (2000). En ese sentido, Bardo es una película construida desde el inconsciente del realizador que requirió una introspección profunda.

Es inevitable hacer ligeras comparaciones entre 8 ½ (1963), de Federico Fellini.  Para empezar, la preparación de ambas películas parte desde el punto de vista del director de cine y la autoexploración de sí mismo, hasta llegar a un punto en el que es imposible distinguir entre la realidad y lo onírico; un sueño desgarrador. La perspectiva hacia su profesión y todo el séquito que rodea al séptimo arte está expuesta desde el alma del realizador. Obviamente, hacer una comparación entre las carreras de ambos directores no puede ser equitativa porque la carrera de Iñarritu aún sigue en pie, mientras que Fellini ha sido analizado, criticado, vapuleado y vanagloriado en muchas generaciones después de su muerte, y lo seguirá siendo. 

En el afán de sentirse superior a todos sin discusión alguna, Iñárritu desborda una soberbia desmedida que ni el mismo Fellini desprendía después de sus magnas obras cinematográficas. Además, la victimización de una persona acomodada, como él mismo se define, no concuerda con la realidad de muchos mexicanos que son forzados a atravesar una máquina de matar todos los días en el desierto. Presentar las dos realidades de clase bajo un falso documental no aporta una solución revolucionaria ni para el cine ni para la realidad, solo remarca el estatus del director.

Las primeras escenas de Bardo en un cuarto inundado pronostican dolor y sufrimiento, por lo tanto, la apertura de la cinta es un presagio del futuro de Silverio atravesando el dolor por la muerte de un hijo y exponiendo sus relaciones familiares. Pero este recurso no es nada nuevo, diferentes directores ya han expresado la depresión por medio de inundaciones o lluvia, como Tsai Ming-Liang y Wong Kar-wai. 

En cuestión de montaje la película ronda la barrera de la perfección al representar la Ciudad de México de una forma realista y convertirla en pensamientos oníricos de su realizador, por ejemplo, el salón California Dancing Club, el Castillo de Chapultepec, el Templo de San Felipe Neri y el Museo del Estanquillo, donde reposa la colección de artilugios de Carlos Monsiváis, quien probablemente estaría encantado al ver la puesta en escena del centro de la ciudad. Gran parte del trabajo se debe al director de arte, Carlos Y. Jacques, y al diseño de producción de Eugenio Caballero. 

La representación del salón California Dancing Club es sublime desde muchos aspectos. Primero, por esos planos secuencia que ya son una técnica habitual en las películas de Iñárritu, como en Birdman (2014), mismos que incluso rememoran a la épica Goodfellas (1995) de Martin Scorsese. Y segundo, por los travelling que se apoderaron de la calle Francisco I. Madero, que aportaron más carne al festín visual del director de fotografía, Darius Khondji, con sus 65 mm.

«Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades»: la odisea onírica de Alejandro González Iñárritu
Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, Alejandro González Iñárritu.

Los periodistas sabemos poco o casi nada de muchas cosas. Sin embargo, Bardo parece un manual de periodismo descolorido y acartonado como el de Carlos Marín o Raymundo Riva Palacio, un manual de cómo ser «la prensa amiga» que aplaude un tema con el fin de lucrar con este mismo, sin poner la luz sobre el tema en concreto. Al mismo tiempo, se presenta un manual del buen director de cine, en mi opinión, de manera equivocada, la visión en modo de manual para saber qué está bien y que está mal en el quehacer periodístico o cinematográfico es funesto en todos los sentidos. Los periodistas sabemos la pata de la que cojea el gremio. Solo escribiendo como recomienda García Márquez o siendo buena persona como Kapuściński puede revertirse la situación que critica de manera poco informada el director mexicano. 

La relación entre un crítico de cine y un director es un tema macabro entre sus dos partes. Por un lado, puedes alabar el trabajo de otro para beneficio propio y, por otro lado, destruir el trabajo del otro sin ningún tapujo. Birdman (2014), de Iñarritu, representa el contacto entre estas partes: entre un crítico de teatro y un director. Por último, pero no menos importante, no es la primera vez que un director de cine toca estas relaciones entre crítico y director, podemos encontrarlos en varias cintas de la Nueva Ola Francesa con todos los críticos de cine que después se convirtieron en directores, e incluso el mismo Tarkovsky manda un mensaje contundente sobre este tema en su libro Esculpir en el tiempo (1985) y en el mítico monólogo de Anatoly Solonitsyn en Stalker (1979). No es algo nuevo. 

«Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades»: la odisea onírica de Alejandro González Iñárritu
Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, Alejandro González Iñárritu.

En resumen, Alejandro González Iñárritu cumple su cometido al presentar una película hollywoodense con identidad propia, haciendo un claro desprendimiento de sus ángeles y demonios que lo han atormentado durante su vida. Un sueño digno de los brazos de Morfeo. Sin embargo, los temas que debemos criticar son: el foco empleado por Netflix a ciertas producciones mexicanas selectas, excluyendo al talento nacional que surge en cada generación y, al final, apostar por el dinero seguro de un director ganador de dos premios Oscar. Por desgracia, los fideicomisos influenciados por los compadrazgos dentro de instituciones públicas como; Procine, Imcine y Fidecine no revierten por completo el problema. 

Al final, Bardo debe tomarse como la odisea de Alejandro González Iñárritu, no hay más. El viaje de su vida puede ser espectacular para algunos y pretencioso para otros. Sin embargo, esto es lo que va a pasar: Alejandro Gonzalez Iñarritu cruzará la puerta y se perderá en el universo dejando un legado imborrable en el cine nacional. No sin antes escuchar la mítica frase de un actor de su reparto: «que mamón es ese culerazo». 

Escrito por

Ricardo Hernández

Melómano por naturaleza. El cine es mejor que la vida, eso dicen...