La penetración de los productos estadounidenses en el mercado chino —especialmente hablando de largometrajes— se ha tornado difícil. ¿La razón? Una súper batalla ideológica que apela a la dominación comercial entre naciones. Por un lado, China, autodefinida como una República socialista unitaria de corte marxista-leninista, cuya población es de 1400 millones de habitantes y tiene el PIB (Producto Interno Bruto) más alto del mundo. Lo que se traduce meramente en un gran poderío económico. Por otro lado, Estados Unidos siempre ha defendido su constitución política como una República federal presidencialista, conformada por cerca de 332 millones de habitantes, y con el segundo PIB más alto, desde luego detrás del país oriental.
Todo lo anteriormente mencionado, no puede quedarse en un sólo conflicto de intereses socio-políticos, sino que, naturalmente, permea en las cuestiones culturales. Como prueba, tenemos los estrepitosos incidentes en los que la industria hollywoodense ha pretendido incursionar en el mercado cinematográfico chino, con largometrajes tan dispares e insuficientes resultados de recaudación. Por ejemplo, podemos hablar de: Transformers: Age of Extinction (2014), The Martian (2015), Rogue One: A Star Wars Story (2016), The Fate of the Furious (2017) y recientemente con Mulan (2020).
Es preciso acotar que el obsesivo intento de incursión de Estados Unidos se debe a los ingresos que representa China en cuestiones relativas al cine, pues ascienden a los $6,600 millones de dólares (USD). Por otro lado, a esto hay que sumarle las restricciones comerciales, ya que el país oriental sólo permite que anualmente se seleccionen 34 películas extranjeras para su importación. Por tal motivo, el margen de error para permear en ese mercado para cualquier nación es mínimo.
Estratégicamente, la nación de la bandera de las barras y las estrellas, ha buscado agradar a los orientales, visibilizando su participación con actores chinos en sus filmes. Inclusive, recordemos que, en la 93.ª edición de los premios de la Academia, mucho se celebró el «inesperado» triunfo de la directora asiática, Chloé Zhao, con Nomadland (2020).
Ahora, después del estrepitoso fracaso de Mulan, la nueva apuesta yankee para el mercado chino es «Turning Red». Una historia mucho menos tradicional y más contemporánea, en la cual una chica canadiense de ascendencia china llamada Mei Lee, se transforma en un enorme panda rojo cuando tiene intensos estados de ánimo.
La fe de Pixar Animation Studios por la cinta es tan fuerte, que decidieron apostarle la dirección del proyecto a Domee Shi, un talento de la propia casa de animación que participó en las exitosas Inside Out (2015), Incredibles 2 (2018) y Toy Story 4 (2019). Como dato curioso, la realizadora de esta cinta ha tornado este proyecto casi autobiográfico. Muchos de los rasgos del carácter del personaje principal están basados en ella.
Es lógico pensar que Pixar apelara como siempre a la sensiblería de la que ha hecho gala durante sus casi 43 años de existencia. Visto desde una perspectiva más amplia, los estadounidenses repiten el modelo Coco (2017) al pretender retratar desde adentro la idiosincrasia de otras culturas, en este caso, China. No sin dejar de lado, el intento de neo colonización hacia los asiáticos, para así apropiarse del circuito cinematográfico en aras de una fuerte recaudación.
Finalmente, ha de decirse que el estreno de la película está programado para el 11 de marzo del año en curso, a través de la plataforma Disney+.
¿Realmente logrará triunfar «Turning Red»?
