Después de guionar y escribir la letra y música de filmes como Hamilton (2020) e In the Heights (2021), que anteriormente habían tenido su estreno original en puestas de Broadway, el puertorriqueño Lin-Manuel Miranda regresa a la pantalla grande con la música de Jonathan Larson en Tick, tick… BOOM! (2021).
El debut como director del tres veces ganador del premio Tony es agridulce. La película protagonizada por Andrew Garfield tiene algunas buenas actuaciones y un par de momentos memorables. Sin embargo, lo que parece restarle valor al largometraje es esta especie de «oda a la necedad» de parte del personaje principal.
Jonathan Larson (1960-1996) es presentado como un ser demasiado ingenuo, que vive debatiéndose entre seguir su camino como escritor de obras musicales desde «el miedo o el amor». Este concepto dual del que se vale el debutante realizador boricua es un poco patético, porque es lo que cinematográficamente parece justificar todas las acciones de quien en vida fuera un gran aspirante a ser un ícono del teatro musical.
La excesiva melosidad de Lin-Manuel Miranda es inaguantable y hace increíble a un personaje que de verdad deambuló en este mundo. Seguro que el fallecido dramaturgo tenía más razones o convencimientos que le permitiesen creer en sí mismo en el rol de productor musical de Broadway, como por ejemplo, su talento como compositor, su tenue éxito con trabajos anteriores en diferentes circuitos —así fueran amateur— y las relaciones públicas con personajes del medio del entretenimiento que empezó a fraguar el también creador de la obra Rent (1996).
Es cierto que, quien pretenda dedicarse a algún tipo de arte debe de tener convicción, tenacidad y algo de coraje, pero el reduccionismo de todos estos valores a «miedo o amor» es por demás ridículo e irracional. Caso muy distinto al de Spike Lee, quien utiliza el mismo recurso en Do the Right Thing (1989), pero de forma mucho menos obsesiva, a través de su famoso «amor y odio». De hecho el mensaje de Lee —si no mal recuerdo— aparece en una sola escena, volviéndolo ligero, conciso y a la vez impactante.
Algo que sí se agradece de la cinta, es que haya un intento por arriesgarse en el lenguaje audiovisual a través de los contados rompimientos de la cuarta pared. Quizá sean sólo destellos, pero son intentos por repensar el tono estilístico del musical. Aunque en realidad la forma tradicional de contar y sobrellevar todo se mantiene.
En cuanto a los números musicales, nos encontramos ante canciones tremendamente estériles que poco o nada transmiten. La forma en la que están producidas e interpretadas se asemejan más a un episodio de la serie Glee (2009-2015). Es tan bajo el nivel musical de los temas, que más bien parece que fueron compuestos para High School Musical (2006), Camp Rock (2008) o Rock of Ages (2012), con la diferencia de que éstas son producciones que van dirigidas a un público infantil o preadolescente, no adulto, como sí es en el caso de Tick, tick… BOOM!.
Lin-Manuel Miranda está lejos del nivel que alguna vez mostró en Hamilton (2020), inclusive no está ni cerca de competir con musicales contemporáneos que se consideren medianamente dignos como: Sweeney Todd: The Demon Barber of Fleet Street (2007), La La Land (2016), The Greatest Showman (2017) o A Star is Born (2018).
Parte del problema es que ni siquiera son temas que vayan a posicionarse en la memoria colectiva de la gente, no son «Johanna», «City of Stars», «From Now On» o «Black Eyes». Esto va de la mano con que el estilo de interpretación es demasiado pop, ningún histrión del elenco está dirigido para proyectarse de manera propia. Más bien lo que conduce todo es el género en función del musical. Prueba fehaciente es que alguien como Vanessa Hudgens, quien participó en High School Musical (2006), esté casteada en el reparto y cuya aparición se dé en siete de las 17 canciones.
Por otra parte, lo más destacado de la película es, desde luego, la actuación de Andrew Garfield. El famoso actor que encarnara a Spider-Man en 2012 y 2014, sorprende de manera agradable por desarrollar favorablemente su voz y su lenguaje corporal no sólo como actor de musical, sino como bailarín y «monologuer».
Pese a que el actor no tenga experiencia propiamente en este terreno, me atrevo a decir que el británico-estadounidense lo hace mejor que Ryan Gosling, por ejemplo. Su trabajo tiene mayor naturalidad y soltura, lo que es entendible, porque Garfield tiene formación en la «Royal Central School of Speech and Drama» de Reino Unido.
A manera de conclusión es digno mencionar que, el primer largometraje de Lin-Manuel Miranda es quizá irregular, pero no malo. Su buen ritmo en el storytelling, el guión sin errores —debido a que es prácticamente una biopic copy-paste al igual que en Hamilton—, la actuación de Garfield, el desenlace trágico-emotivo y los breves comentarios de la convulsa situación de salud con los primeros casos de VIH son algo rescatable.