«Deep Water», o la inefectiva provocación

El veterano director Adrian Lyne, quien fuera reconocido en su momento por blockbusters como Flashdance (1983), 9½ Weeks (1986), Fatal Attraction (1987), Indecent Proposal (1993) o Lolita (1997), cuyo único objetivo era polemizar y resonar de la forma más estruendosa posible, regresa al ruedo luego de 20 años de inactividad con Deep Water (2022).

La cinta protagonizada por Ben Affleck (Vic Van Allen) y Ana de Armas (Melinda Van Allen), es un thriller psicológico con tintes eróticos que fracasa enormemente por la inconsistencia constructiva del guion, y porque su realizador decidió trabajar con los elementos que recurrentemente le dieron resultados durante las décadas de los ochenta y los noventa.

Hoy, en pleno 2022, sus ganchos cinematográficos son obsoletos. Temas que en su tiempo fueron tabú, como la exploración de la sexualidad y el swingerismo, actualmente son poco o nada escandalosos. Por tal motivo, ni siquiera por esa vía rápida de la conmoción, la película logra tener algún efecto en el espectador.

En cuanto a la parte respectiva al thriller, ni los personajes ni la historia exploran situaciones de tensión, misterio o suspenso. Empezando porque el papel protagónico masculino, lo más que alcanza a regalarnos son miradas «malévolas». En ningún instante se explora su psique, sus manías, sus fetiches, patrones de conducta o sus deseos fervientes más bajos. Affleck siempre nos muestra al Dr. Jekyll, pero jamás a Mr. Hyde, ese ser retorcido y oscuro. Aunque no toda la culpa es del actor, ni Zach Helm ni Sam Levinson —los guionistas del filme— reparan en escribir una mejor presentación y construcción para este rol. Eso pese a que la historia está basada en la novela homónima de 1957 escrita por Patricia Highsmith.

Por otro lado, Ana de Armas cumple su papel en la primera mitad del largometraje, pero conforme avanza la historia su personaje se estanca. El género del thriller visto de forma clásica siempre trabaja con una víctima y un victimario. La actriz cubana jamás entra en esa zona. Las reacciones a las acciones de su marido en pantalla siempre son inertes. Como si la amedrentación, las amenazas y la violencia fueran algo común. Es cierto que hay una complicidad criminal no dicha entre el matrimonio, pero tampoco queda muy clara. A lo mejor por tal motivo su personaje es incapaz de extrañarse de nada.

Para el director Adrian Lyne, lo primordial parece ser la propia Ana de Armas, y más allá de desarrollar una buena historia, todo parece girar en torno a la belleza de la actriz española —sí, sí, la cámara la adora de pies a cabeza, pero ¿y el filme qué?—. Incluso hay una escena un tanto fetichista, muy a lo Quentin Tarantino en Once Upon a Time in Hollywood (2019).

«Deep Water», o la inefectiva provocación
Once Upon a Time in Hollywood (2019) / Deep Water (2022) (Cortesía: Columbia Pictures Industries, Inc. y 20th Century Studios, Inc.)

Así mismo, algo más a reprocharle a la cinta es el inexistente desarrollo de los personajes incidentales. Aparecen y desaparecen a capricho, como si fuesen fantasmas. Su importancia relativa no queda manifiesta de forma sólida, siendo que sí tienen peso sus intervenciones. Estas podrían marcar el rumbo de la película con cada una de sus sospechas, hallazgos y conjeturas, y además agregar dramatismo y tensión, pero nunca es así.

Fuera de la película, a nivel de subtexto, hay un tema interesante: el poliamor. El vínculo afectivo a partir de dos, en el que pueden participar un número insospechado de personas. Este tema ha cobrado cierta relevancia con la generación centennial (1997-2010), pues según parece la monogamia va a desaparecer; a la vista saltan montones de cuestionamientos como: ¿Cuáles son sus límites? ¿En dónde están sus consecuencias? ¿Qué tanto se está dispuesto a compartir con tu pareja? Aunque dicho sea de paso, no hay intención por abordar esto en la película.

Como bien se menciona al inicio de este texto, la película, de thriller no tiene nada, de juego psicológico menos, y de erótico, pues se han visto cosas más fuertes a la fecha. Adrian Lyne demuestra que es un viejo cineasta del siglo XX, que aspira —ingenuamente— a volver a conmocionar como alguna vez lo hizo con 9½ Weeks (1986); quizá su salida del retiro sólo se deba a un cuantioso cheque expedido por una productora de cine. En definitiva, sus formas y modos no escandalizan ni al más puritano espectador del siglo XXI. El ritmo de su cine se siente añejo y rancio.

Escrito por

Gerardo Senna

Crítico de cine. Egresado de la Licenciatura en Comunicación por parte de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Fundador del portal digital «Ensayo Cinematográfico». Adicionalmente, escribe para el sitio web, «Fotogenia».

En el mundo del cine, dentro de las entrevistas que ha realizado, destacan las hechas a Fernando Frías de la Parra, director de cine mexicano (autor de «Ya no estoy aquí», 2019), Sergio Huidobro, periodista y jurado de France 4 Revelation de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes en 2014, y a Alonso Díaz de la Vega, primer crítico cinematográfico mexicano seleccionado por Berlinale Talents. Cofundador de Butaca Ancha.

Twitter: @gerardosenna