La ficha de esta película dice que es un híbrido entre ficción y documental y que parte de la premisa de un conquistador español que llega 499 años tarde a lo que alguna vez fue la Gran Tenochtitlán. El argumento es tan interesante que uno termina firmando cualquier pacto ficcional para creer y hacer verosímil que el conquistador haya naufragado 499 años por el mar y de pronto la marea lo lleve a Veracruz sin morirse. El conquistador interactúa con los pobladores declarándoles la guerra en nombre de Dios y la corona. Luego de esta escena el colonizador repentinamente queda mudo para el resto de la película, o al menos cesa en interacciones con la gente, y se limita a monologar sobre las imágenes y la realidad que va observando.
En este momento se rompe el híbrido de ficción documental y el conquistador se convierte únicamente en el entrevistador del documental: siempre detrás de cámara y frente a los relatos de los pobladores mexicanos. Como resultado tenemos un personaje ficticio que no funciona en la trama documental construida a partir de relatos reales y un documentalista vestido de conquistador español queriendo hablar sobre los horrores del colonialismo no irónicamente.
499 sigue el camino del colonizador, que viaja por la ruta de Cortés para llegar a la capital mexicana mientras observa la realidad nacional. La película intenta denunciar los desastres del colonialismo y conectarlos con los orígenes de la civilización prehispánica para presentárselos al viajante español como una forma de tortura vengativa (!) Pero todo ese conjunto rara vez logra relacionarse de forma significativa, por el contrario, el colonizador aparece sin motivo y las personas le cuentan sus historias. Al emitir opiniones en voz en off, el conquistador se convierte en un juez de la realidad.
El director de 499 enjuicia esa realidad desde el punto de vista del colonizador español por lo que el discurso termina reducido a una crítica occidental blanca de todo el «horror», «barbarie» y «miseria» existente tanto en el México actual como en el prehispánico. Lo que da como resultado una película que mantiene el discurso de que los indios siguen siendo indios y el colonizador blanco sigue siendo el único hombre capaz de reflexionar y llorar por la violencia de los bárbaros mexicanitos raza de bronce.
499 es una gran idea y en sus primeros minutos la fotografía nos puede hacer pensar que estamos ante una película casi de ciencia ficción, El planeta de los simios de la colonización española. Por otra parte, en su carga documental tiene relatos e historias brutales de gente real (como la mamá de Fátima [1]) que superan por completo cualquier ficción porque son tan serios y desgarradores que son una película y una visión completamente aparte del conquistador yendo a la Basílica a llorar las consecuencias de su misión.
Conceptualmente 499 es sumamente atractiva e intrigante, incluso los escenarios y los primeros minutos de la narración funcionan bien gracias a la actuación de Eduardo San Juan, pero la ejecución es fría y el final guadalupano la pone como complemento perfecto a una función whitexican doble con Nuevo Orden. Pienso que el cine mexicano tiene una deuda con nuestros orígenes históricos, el pasado prehispánico y la colonización. 499 pone sobre la mesa la necesidad de contar historias sobre nuestros orígenes, la colonización española y nuestros conflictos eternos en la búsqueda de una identidad propia, quizás a partir de esta idea surjan nuevas obras que puedan hacerlo de mejor manera.