Más que contar una historia, Once Upon a Time In Hollywood es un hermoso y romántico homenaje a todas las influencias culturales de Quentin Tarantino y al Hollywood de los años 60.
El amor y el cariño que Quentin Tarantino siente hacia el séptimo arte es algo indudable, todo su apasionante y espectacular universo cinematográfico está repleto de un sinfín de referencias y homenajes (algunos más sutiles que otros) que solo un cinéfilo empedernido y un maestro del cine puede llevar a cabo con tanto éxito y reconocimiento a nivel mundial.
Sin embargo, Quentin Tarantino jamás había abrazado con tanta pasión sus mayores influencias e inspiraciones culturales como lo hace en su novena y, posiblemente, penúltima película titulada Once Upon a Time In Hollywood, donde por fin el director se desnuda por completo y nos permite recorrer cada rincón de su corazón para ser testigos de su lado más romántico y sensible.
Es cierto que la historia que narra o, mejor dicho, que pretende narrar Once Upon a Time In Hollywood es demasiado sencilla y bastante orgánica, pero Quentin Tarantino vuelve a echar mano de su peculiar inteligencia y habilidad para alterar importantes acontecimientos históricos (ucronía) y así llenar de ficción y fantasía la pantalla grande.
Ambientada en el Hollywood de los años 60, el filme tiene como protagonistas a Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), ex estrella de una serie de televisión y a Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de acción y su mejor amigo. Juntos intentan adaptarse desesperadamente al nuevo ritmo vertiginoso de Hollywood y, al mismo tiempo, su vida se ve “ligada” a la de sus famosos vecinos; la actriz Sharon Tate (Margot Robbie) y el cineasta Roman Polański (Rafał Zawierucha).
Y digo que se ve “ligada” porque en realidad nunca existe una interacción o alguna relación entre nuestro dúo protagonista y Sharon Tate. Ambas historias solo se desarrollan en paralelo (al menos hasta ese apoteósico e infartante final) con la intención de plasmar la transformación y la metamorfosis que vivía el cine y la sociedad en aquellos años.
En ese sentido, Rick Dalton representa a todas las glorias pasadas de Hollywood que comenzaban a quedar obsoletas con el paso del tiempo y al fuerte conservadurismo social que aún permanecía en buena parte de los Estados Unidos. Por otra lado, Sharon Tate retrata al presente y al futuro del séptimo arte y hace referencia a la ilusión, esperanza e inocencia que traían consigo las nuevas generaciones.
Aunque Once Upon a Time In Hollywood reúne cada uno de los elementos fundamentales del cine de Tarantino, curiosamente, esta es la cinta que más se aleja de toda su filmografía, es decir, está su característico humor negro, su fetiche con los pies femeninos, los flashbacks hilarantes, la violencia explícita, la música para crear atmósferas y las largas charlas entre sus personajes.
No obstante, todos estos elementos solo sirven como pequeños guiños en forma de auto homenaje y no forman parte fundamental para el desarrollo de la trama o de la historia de la película, tal y como si lo hacían en las anteriores cintas del director. Además el ritmo tan cadencioso y lento en el que se desarrollan todos los acontecimientos provoca que una buena parte del público sienta a un Quentin Tarantino un poco descafeinado.
Es aquí cuando se hace presente la principal problemática de la película. Y es que aunque Tarantino haya abandonado su zona de confort para entregarnos una historia totalmente distinta y original, por desgracia y por primera vez en su carrera, el director nos entrega una trama con poca sustancia y desarrollo en la que nunca se detiene a explicar gran parte del contexto histórico que encierra el filme. Lo que convierte a Once Upon A Time In Hollywood en una obra totalmente dirigida a un público cinéfilo y amante de la cultura de los años 60. Lo cual no es incorrecto, pero sí hace que el final tan satisfactorio y conmovedor pierda un poco de impacto para algunas audiencias.
A pesar de esto, el retrato que Quentin Tarantino construye de Sharon Tate es simple y sencillamente perfecto. En realidad, el personaje aparece muy poco tiempo en pantalla y tiene muy pocas líneas, pero es suficiente para conocer la alegría, la bondad, la inocencia y el infinito talento que había en ella. Es una forma muy romántica de plasmar su vida y obra para olvidar los acontecimientos atroces que la privaron de la vida un 8 de agosto de 1969. Es por eso que, al finalizar Once Upon a Time In Hollywood, no se habla de su muerte, sino de su vida, su destreza, su ingenio y todas sus grandes virtudes con las que debería ser recordada para siempre.
Por otra parte, los aspectos técnicos de Once Upon a Time In Hollywood son totalmente asombrosos y dejan entrever que esta es la obra de alguien que ama y vive para el séptimo arte. Cada plano, cada escena y cada palabra es una referencia y un homenaje a los máximos referentes cinematográficos, musicales y culturales de Tarantino y es precisamente esto lo que llena de magia al filme, porque gracias a estos guiños es que conocemos el lado humano y sensible del director.
La espectacular ambientación y recreación del Hollywood de la década de los 60 es más que perfecta; desde el vestuario, los autos, la publicidad, los cines y hasta los sets de grabación que Quentin Tarantino recreó dentro de la película. Y al complementarse con el soundtrack de la cinta se convierten en un verdadero golpe de nostalgia por una época llena de encanto que quizá la mayoría de nosotros no vivimos pero sí añoramos.
Y por supuesto, la increíble química que Leonardo DiCaprio y Brad Pitt tienen a lo largo de la cinta es más que hipnótica. Básicamente, es en ellos que recae toda la acción de la película y también es gracias a ellos que las casi tres horas que dura el filme se pasen volando.
Once Upon a Time In Hollywood no es la gran obra maestra de Quentin Tarantino, sin embargo, todo esto no importa al darnos cuenta de que la película no es más que puro amor cinéfilo y una demostración de que el cineasta ha llegado a una importante etapa de madurez y reflexión en su vida que ahora le permite mostrarse romántico, pasional, sensible y débil a sus vehemencias.
Esta nueva mirada de Quentin Tarantino está rodeada de imperfecciones y de un romanticismo efervescente y es por eso que el filme logra quedarse arraigado en la memoria y el corazón de los amantes de la cultura pop de los años 60. Y por momentos, se siente como el canto del cisne o el testamento de Quentin Tarantino.