Luke Lorentzen parte del valioso trabajo que cada noche desempeña la familia Ochoa para hacer todo un recorrido por la Ciudad de México y mostrar las problemáticas que nos tienen a borde del colapso y la descomposición social.
«En la Ciudad de México hay menos de 45 ambulancias públicas para atender a más de 9 millones de personas. Ante esta realidad, existe un desarticulado sistema de ambulancias privadas con fines lucrativos que intentan atender todas las demandas de la población sin ayuda alguna del gobierno». Con esta cruda sentencia, la cual también funge como un primer acercamiento a la difícil realidad que vivimos millones de mexicanos todos los días, comienza uno de los mejores documentales nacionales de los últimos años, Familia de Medianoche.
Dirigido por el joven cineasta estadounidense, Luke Lorentzen, conocido por sus documentales Santa Cruz de Islote (2014) y New York Cuts (2015), el largometraje sigue la ajetreada y austera vida de la familia Ochoa, compuesta en su mayoría por paramédicos que, ante la severa crisis del sistema de emergencias de la CDMX, trabajan todas las noches en una ambulancia privada, luchando contra la corrupción de la policía y el caos citadino, para auxiliar a cientos de personas y poder ganar dinero y seguir subsistiendo.
Con una cámara hábilmente escondida en cada rincón de la ambulancia, Lorentzen se escurre lentamente en la intimidad de los Ochoa y nos convierte en espectadores de sus dinámicas familiares y laborales, que son muy parecidas a las de cualquier familia promedio de la capital. A la par, abre una ventana a un mundo nocturno salvaje, casi irreal, donde la violencia, el crimen, los actos de corrupción y los cuerpos destrozados se ven con tal cotidianidad que te hiela la sangre.
Desde terribles accidentes automovilísticos, personas heridas de bala o atropelladas; hasta mujeres golpeadas por sus parejas y niños al borde de la muerte por culpa de padres drogadictos, desempleados e irresponsables. Esto y mucho más es el pan de cada noche para la familia Ochoa, quienes a pesar de ver en primera fila el infierno en el que se ha convertido nuestro país, todas las mañanas limpian la sangre de sus camillas con alegría y pueden dormir todas las tardes en el suelo de su casa para, posteriormente, recibir con buena cara otra extenuante jornada de trabajo.
Aunque la lente de Luke Lorentzen fue testigo de la violencia y la sangre que inunda a México, el cineasta nunca sobreexplota dicha violencia, ni sucumbe en ningún momento ante el morbo o el amarillismo que caracteriza a los periódicos más populares de nuestro país. En ninguna escena muestra el rostro o las heridas del paciente a bordo y, aún así, es capaz de transmitir el miedo, el estrés y la incertidumbre que se respira en esos minutos importantes camino al hospital en el que las personas se debaten entre la vida y la muerte, y los paramédicos hacen todo lo posible por tranquilizar a sus heridos y abrirse paso en medio de avenidas concurridas y conductores imprudentes.
El sonido juega un papel fundamental en todo el largometraje, pues además de capturar con gran detalle todo el bullicio callejero de una ciudad que nunca duerme ni descansa, también logra encontrar cierta paz y espacios de reflexión en esos silencios abrumadores que se respiran todas las noches a las afueras de una sala de emergencias.
El humor negro, la tragedia y las dosis de acción que siempre están presentes en Familia de Medianoche, rompen por grandes lapsos con los modelos clásicos o convencionales de un documental y, desde el primer instante, la radiografía social de Lorentzen se convierte en toda una experiencia inmersiva que cumple a la perfección con una doble función: la de exaltar y revalorar el trabajo que cientos de paramédicos realizan cada noche y la de denunciar y exponer la crisis del actual sistema de salud de la Ciudad de México, así como la ascendente oleada de violencia que nos arrastra a la descomposición social más rápido de lo que pensamos.
Es cierto, para poder sobrevivir y comprar un par de latas de atún en un Oxxo, los Ochoa tienen que entrar en dinámicas de corrupción y en actos poco éticos que afectan directamente en el óptimo desempeño de su labor y, por lo tanto, en la vida de sus pacientes, pero lejos de juzgarlos, el director se mantiene al margen, consciente de la realidad y del entorno que los rodea, y deja al espectador la tarea de juzgar o no su actos.
Siempre he estado en desacuerdo con aquellas personas que argumentan ir al cine para escaparse de la realidad. Por el contrario, el cine es la vitrina perfecta para exponer realidades ocultas que afectan, ya sea positiva o negativamente, a una sociedad, y Familia de Medianoche es el ejemplo perfecto de ello. En primer plano, por su carácter natural de documental y, en segundo lugar, por la mirada inteligente y la sensibilidad que desarrolló Luke Lorentzen a lo largo de las cien noches que estuvo siguiendo de cerca a la familia Ochoa.
Después de ver Familia de Medianoche, es imposible ignorar o escuchar igual el sonido distante de una ambulancia. De hecho, es tal su relevancia, que resulta imposible ver con los mismos ojos el ente social de nuestro país y esto la convierte, sin duda alguna, en un clásico instantáneo.