Qué felicidad que celebro otro 10 de mayo, Día de las madres, aún, junto a mi mamá. Aunque con el paso de los años veo en su rasgos y movimientos que su cansancio se acumula y crece, el dolor de sus piernas aumenta y, en ocasiones, su memoria la traiciona, lo único que veo no cambiar es el amor, la atención y el tiempo que nos brinda a sus hijas.
Hace un par de días me encontré con un libro, –creo que nada es casualidad–, Diario del dolor, de María Luisa Puga (Ciudad de México, 1944 – 2004), que fue reeditado en 2020 por la Universidad Nacional Autónoma de México para la colección Vindictas de libros UNAM.
Es un libro pequeño –75 páginas– donde María Luisa expone cien fragmentos en los que narra el dolor que vivió a partir de su lucha personal contra la artritis reumatoide; siendo ésta su última obra. Y si bien, no se compara el deterioro natural del transcurso de la vida con una problema grave de salud, las palabras que transmite de su proceso permiten entender lo único seguro que deja el tiempo: el dolor y el cansancio.
Leer este libro es hacer un recorrido no sólo por la vida de la autora —sabemos que tiene un gato, que lee a Julio Cortázar, que la silla de su escritorio tiene ruedas y que existen muchos médicos insensibles—, sino que además vemos al cuerpo vulnerable, con sus fallas… y Puga recurre a la escritura para convertir al Dolor en destinatario –así, con mayúscula–, un personaje propio.
Puga relata: 36. La espera.
«Esperar es algo que hacemos toda la vida. Que aprendemos casi desde el inicio, que nos toca a todos aunque algunos expliquen: es que a mí la espera me mata. No, pues a todos. Esperar es justamente eso, tiempo, pasos indefendibles hacia la muerte (…)»
«¿Descansamos tantito?», «Ve tú, es que ya me duelen las piernas», «yo te espero aquí, es que ya no quiero ni puedo caminar»; son algunas de las frases que dice mi mamá cuando está cansada, agotada del día, y son muy parecidas a los fragmentos que hay en este diario.
Conectar con Puga y sus palabras –con bastante humor y sarcasmo– para entender lo que no hemos vivido de manera propia y con la fortuna de tener una vida «común y cotidiana» –con un cuerpo sano–. Desde ahora debemos ver al dolor como si fuera un acompañante incómodo y permanente, porque todos en algún momento conoceremos a Dolor.