Leer, leer, leer y oír ¿Es lo mismo?

La experiencia de pasar las hojas de un libro, percibir el aroma de sus páginas, e incluso, al momento de comprar un libro usado y encontrar alguna dedicatoria entre sus pastas, es una sensación que no cambiaría por nada. Siento que adquirir un «libro de segunda mano», es permitirle más vida, la oportunidad de que alguien se pierda entre la tinta, el papel y las ideas que algún autor o autora plasmó en él.

Cuando entré al mundo de la lectura eran mis amigos, amigas o familiares quiénes me prestaban sus libros, eso implicaba un cuidado mucho más grande; porque al momento de devolverlos –y pedirles más– tenían que comprobar que efectivamente era capaz de cuidar de ellos. Con el tiempo empecé a hacerme de una biblioteca propia; usualmente compro usados, algunos han sido regalos, otros se han quedado conmigo por distintas circunstancias. Con esto aprendí a valorar un libro físico.

Viviendo en la metamorfosis hacia la era digital ¿quién no ha escuchado que alguien leyó un libro en formato de au-dio-li-bro? La idea de seguir la narración sin tener que preocuparse por el peso que llevas en el bolso, que el costo disminuya significativamente por la plataforma en la que lo consigues, pero, sobre todo, escuchar otra voz que no sea la de mi cabeza dándole vida a los personajes, ¿sí cuenta cómo que lo leí, no?

Esa fue la pregunta que me absorbió cuándo escuché –o leí– mi primer audiolibro.

Leer, leer, leer y oír ¿Es lo mismo?

Durante el confinamiento por COVID, y de entre todos los cambios que nos trajo a nuestras vidas, cuando los establecimientos deberían permanecer cerrados, las librerías no fueron la excepción. Es por ello que probé otras alternativas para continuar con la lectura en el «tiempo libre» –no aprovechar las herramientas digitales parece pecado hoy en día–.

Lo descargas en tu smartphone, te pones los audífonos y listo, sin interrumpir tus labores, puedes trapear, cocinar, maquillarte, estar en redes sociales, manejar o lo que sea que estés haciendo. Eso fue algo que me voló la cabeza, es decir, siempre debía «buscar el tiempo para leer»; aprovechar cuando no tuviera nada más que hacer –que casi siempre es al final del día–.

Aunque prestar la misma atención a lo que escuchas mientras haces otras actividades es tener que dividir tu cerebro en dos, y eso nunca es fácil. Te expones mucho a perder el hilo de la historia, tener que repetir las últimas frases, e ir a un ritmo más rápido, o más lento, de lo que sueles leer tú.

Lo interesante es que dependes mucho de la narración, si la voz no te atrapa podrías hasta dejar de lado esas ganas de continuar con la historia, aunque si la narración es buena, lo que tú leerías en unos días, podrías escucharlo en unas cuantas horas; hay algunos títulos que son narrados por los propios autores/autoras o celebridades –eso le da un plus–.

Como todo, tiene sus ventajas y desventajas: desarrollas nuevas habilidades, usas otro de tus sentidos para hacer algo que te fascina, crece la audiencia de lectores por la comodidad de no traer un peso extra, sin embargo, también pierdes la oportunidad de conocer una vieja historia perdida entre la vida de un libro físico…

Por eso creo que no importa el formato en qué vivas la experiencia de leer –u oír– un libro, mientras no se pierda ese bonito hábito de la lectura, usemos las tecnologías a nuestro favor porque, al parecer, todo es válido.